Me marché persiguiendo un sueño

Sin lugar a dudas, tenía un talento especial para la repostería. Por mucho que explicara la receta una y otra vez, con las cantidades exactas, a nadie le salían tan bien los dulces, los bizcochos, las galletas o cualquier postre como a ella.
El olor delicioso se escapaba de su casa y se infiltraba en el resto del edificio por cualquier rendija que encontrara a su paso. De jengibre, de chocolate, de limón... Estaba horneando diferentes tipos de galleta, siempre sabía sorprender a sus amigas. Aunque ese día, la sorprendida fue ella.
Alguien llamó a la puerta.
Le extrañó que llamaran, porque no esperaba a nadie, pero inmediatamente pensó que quizá sería algún vecino para pedirle algo.
Llevaba las manos embadurnadas de una masa ocre y pegajosa y el pelo recogido en una cola alta, que le favorecía y aniñaba su aspecto. Protegía sus ropas con el delantal que compró como recuerdo del viaje a Londres que hizo en mayo.
Cuando estuvo frente a la puerta, Eva observó a través de la mirilla, y el tiempo pareció detenerse de repente. No podía creer lo que estaba viendo.
Acabó apoyando su frente en la puerta, con los ojos cerrados en un gesto de incredulidad. Su respiración se aceleró cuando comenzó a recordar su pasado en breves instantes que se solapaban sin criterio alguno. Pero no todo su pasado, sólo el que había compartido con una persona. Tras unos segundos de silencio y de dudas, finalmente, abrió la puerta.
– ¿Marcos? – dijo con la voz entrecortada.
– Hola, Eva – respondió el hombre.
Estaba un poco desmejorado, quizá era la barba canosa y descuidada la que le hacía parecer mayor, pero a los ojos de Eva seguía igual de guapo. El mismo impulso que le hizo acercarse a él en un bar de copas hacía más de quince años, la doblegó ante la resistencia a no abrir la puerta.
Él se marchó un día sin avisar, hacía ya bastante tiempo. Demasiado. Su pequeño mundo le oprimía el pecho y necesitó sentir la libertad.
- Me marché persiguiendo un sueño...
Esta es toda la historia.
Podría contar las justificaciones de Marcos sobre su marcha, despreciando los sentimientos de alguien a quien quería. O describir la indiferencia de Eva ante el que fue el amor de su vida, el que creía que sólo acabaría con la muerte. Podríamos imaginar cien finales, algunos felices, otros tristes, e incluso algunos escritos con la tinta indeleble de la venganza.
Pero esta historia acaba al poco de empezar. Porque es la historia de los amores incondicionales que un día fueron eternos y que acabaron rotos por un sueño, por la licencia para todo que da perseguir una ensoñación altiva.
Por eso no tienen sentido los detalles.
Esta es la historia de la fluctuante felicidad personal cuando depende de otra mitad, siempre en un equilibrio sostenido por hilos que se van rompiendo, dejando mal colgada una vida, como títeres en manos inexpertas...