El coach
- No permitáis que nadie os diga que no sois capaces de hacer algo, porque sólo hay que tener la voluntad para hacerlo. No os engañaré dic...

En la tarima, el coach hablaba con un entusiasmo contagioso, moviéndose con energía de un lado a otro, mirando a los asistentes que seguían la charla con emocionada atención. Gesticulaba de forma estudiada, recitaba cada palabra con la entonación adecuada y sus frases se clavaban en cada persona como una flecha de optimismo directa al corazón.
- Seguro que conocen eso que dijo Steve Jobs: si tú no trabajas por tus sueños, alguien te contratará para que trabajes por los suyos. No lo olvidéis nunca, luchad por aquello que queréis…
Hizo una pausa. Quizás demasiado larga. Y la hizo justo en el momento en el que la cámara enfocaba su rostro, que aparecía con una extraña expresión en la gran pantalla sobre el escenario. Podría decirse que era una pausa meditada, que era fruto de una realización pensada al milímetro para dar mayor teatralidad a su discurso.
- … luchad por aquello que queréis – repitió – de lo contrario, algún día podréis pensar que ya es demasiado tarde. Y ese es el punto y final. Recordad siempre esto: no escribáis nunca el punto y final hasta el último día de vuestras vidas. ¡Muchas gracias por su atención!
El público comenzó a aplaudir. Estaban encantados con la charla de Rodrigo Bruel, el último de los ponentes de aquel evento. Todos, con sonrisas de agradecimiento, poniéndose de pie, aplaudiendo enérgicamente, cargados de energía positiva. Todos, menos una chica en la segunda fila, que permanecía sentada mirando a Rodrigo seria y con los brazos cruzados. Él se percató, pero no quiso mirarla para que no interpretase que estaba molesto con su actitud. Al fin y al cabo, no se puede agradar a todo el mundo.
Era tarde. Tras el aplauso rutinario, pero sincero, llegaba la hora de marcharse. Los asistentes comenzaron a salir del salón de actos de forma desordenada mientras Rodrigo, de espaldas a las butacas, guardaba las fichas y apuntes que utilizaba para guiar sus conferencias cuando, de repente, sintió unos breves y suaves golpecitos en su espada, a la altura del omoplato derecho. Era habitual que alguien se le acercase para darle las gracias o para regalarle algún elogio o alabanza. Estaba agotado y no tenía ganas de robarle mucho tiempo al descanso, así que se decidió a despachar rápido al admirador que tenía tras de sí, y sin darse aún la vuelta, preguntó:
- ¿Sí?
- ¡Es usted un farsante!
Rodrigo quedó paralizado y dejó de ordenar sus apuntes. Se giró y observó a una chica preciosa de aspecto adolescente, aunque el contorno de sus ojos delataba mayor edad de la que aparentaba su cuerpo y el resto de su cara. No dijo nada, tan sólo se quedó mirándola.
- No sólo es un farsante. Resulta que también es un hipócrita.
Él agachó la cabeza sin hacer un mínimo esfuerzo por defenderse de esas palabras acusadoras.
– Todos hemos visto su cara cuando nos alentaba a luchar por lo que queremos. Algo ha venido a su mente y le ha costado seguir. Y, aun así, ha continuado el engaño por el que seguramente habrá recibido una buena compensación económica que todos esos pobres ilusos sólo consiguen tras muchas horas de trabajo. ¿Es usted feliz así? ¿Ese era su objetivo en la vida en el que puso toda la voluntad? ¿Ha cumplido su sueño?
– Han creído todo lo que les he dicho, y no les he dicho ninguna mentira - replicó - ¿Qué más da lo que yo sienta? La mayoría de las personas se han ido motivadas a sus casas. Piensa en la religión. No importa si es verdad o mentira que haya un Dios esperándonos. Lo importante es que permite a muchas personas vivir con la esperanza que nadie les da en La Tierra.
– No me interesa lo que piensan esas personas, me interesa lo que piensa usted.
– Tutéame, por favor – le pidió.
– No tuteo a las personas que no me merecen ningún respeto. Es la forma más educada de mantenerlas a distancia.
La miró contrariado
– Todo el mundo quiere ser mejor, pero es difícil conseguirlo, por eso necesitamos a alguien que no aliente y que nos diga…
– Que nos diga qué. ¿Que nos diga mentiras? ¿Que le diga a un pobre gordo y feo que si se lo propone puede conseguir a la mujer que quiera? Decir mentiras puede estar bien, el problema surge cuando las dice alguien como usted, a quien todos admiran. Porque una cosa es hacer creer mentiras y otra muy distinta es hacer creer que una mentira es verdad. Sobre todo, si la dice usted.
– Por favor…
– He acudido a muchas de las conferencias que usted ha dado en el último año. Sólo iba a verle, no a escuchar sus mentiras. Pero hoy no he podido contenerme las ganas de echarle en cara lo hipócrita que es usted. Porque un mentiroso hipócrita lo es toda su vida. Todos deberían saber que el gran Rodrigo abandonó a su mujer y a su hija de cinco años para perseguir su sueño de ganar dinero y acostarse con quien quisiera.
– ¿Esas mentiras te las ha contado tu madre?
– No. Esas verdades me las contó la tuya.
Rodrigo enmudeció.
– ¿Quieres que te tutee? ¿Por qué no cuentas la verdad, papá? – al llamarlo papá, Rodrigo se sintió especialmente incómodo – ¡Hola, querido público! Me importáis una mierda, pero los próximos sesenta minutos estaré haciendo el payaso un rato para luego reírme de vosotros mientras me gasto el dineral que he ganado vendiendo humo.
– Soy un reputado coach.
– Un reputado mentiroso. Cuéntales la verdad y no seas cobarde. Diles que si quieren triunfar tienen que pisar a quien se le ponga por delante, aunque sea tu propia hija. Me ha hecho mucha gracia eso que has dicho sobre luchar por aquello que queremos. No luchaste ni un minuto por tu familia, eso lo dice todo.
– ¿Y qué quieres? ¿Crees que eres el centro del Universo? A lo mejor mi sueño no eras tú y eso es algo que tienes que asumir y dejar de seguirme para intentar entender algo que es bastante evidente. ¿Soy un mentiroso por no quererte? ¿Soy un hipócrita por no amar a tu madre? No, Maribel. Te equivocas. Yo ayudo a la gente que se quiere dejar ayudar para alcanzar sus objetivos, no a personas que viven autocompadeciéndose, aunque lleven mi sangre.
Maribel comenzó a llorar. Aunque no esperaba nada del encuentro con su padre, sus palabras le hicieron daño. Era algo que sabía, pero quizá había un hilo de esperanza al que agarrarse.
– Tus lágrimas no me conmueven.
– Eres una mala persona – dijo Maribel.
– Sí, pero soy un magnífico coach…